7 Séptima Clase Teórica
EL YO
ESPIRITUAL Y EL YO ANIMAL DEL ARTISTA
Todo humano está compuesto por una Naturaleza Humana y una
naturaleza instintiva. Esta dualidad obliga al cumplimiento de dos finalidades
paralelas, la animal automática y la espiritual voluntaria. Mientras que al
animal humano lo realiza la fuerza del instinto, al original humano lo realiza
la conciencia de la Naturaleza.
Ambos “cuerpos” por llamarlos de algún modo, se conectan en
el actuar y se alimentan o nutren de elementos similares. El animal humano
necesita de elementos de vitalidad que podemos distinguir en dos categorías:
los que proporciona el ambiente y que denominamos de carácter positivo, por ser
ofrecidos y los que se proporciona el animal humano, a los que denominamos de
carácter negativo que son los elegidos por el individuo. Los elementos de
vitalidad positivos son: 1- el calor o la temperatura adecuada. 2- La luz, sin
la cual la visión y la pigmentación de la piel sufrirían desperfectos y 3- Un
buen ambiente, no contaminado. Los elementos de vitalidad de carácter negativo
son: 1- comida 2- agua y 3-ejercicio. Con estos elementos, el animal humano,
crece sin problemas, conducido por la naturaleza del instinto.
El individuo humano, lo que caracteriza la humanidad del
individuo necesita elementos nutritivos espirituales que podemos distinguir en
dos categorías, los positivos y los negativos, en este caso también
corresponden como en el caso de los alimentos positivos del animal humano, a
los recibidos como son: 1- El amor, 2- La verdad y 3-La bondad y los de
carácter negativo que serían los realizados por el individuo, 1- las buenas
obras (obras ejemplares) 2- la sinceridad y 3 El afecto.
Tanto el animal humano, como el humano espiritual se ofrecen
elementos el uno al otro. El espíritu ofrece al cuerpo elementos espirituales y
el cuerpo ofrece al espíritu elementos de vitalidad. ¿En qué consisten estos
elementos? Veamos un ejemplo: “El defensa de un equipo de futbol toma la pelota
y corre de portería a portería con el balón, su carrera le produce agotamiento.
El jugador se encuentra frente al portero del equipo contrario, su cuerpo no da
más de agotamiento pero chuta la pelota y mete gol. No se sabe de dónde se le
inyecta una energía extraordinaria que le hace correr de vuelta a celebrar el
gol con su portero. Esa fuerza extraordinaria es un elemento espiritual” El
mismo que hace que el enfermo deprimido que no quiere levantarse de la cama,
salga corriendo a cobrar el número de lotería que anuncian por la radio que le
ha tocado, o el mismo que hace que se supere el dolor de guata, cuando llama la
novia al teléfono y dice que acaba de regresar de su viaje al extranjero. Esta fuerza extraordinaria que inyecta de
energía al animal humano sufriente, es un elemento espiritual, que algunos han
considerado milagroso en casos extraordinarios. El cuerpo físico también ofrece
elementos de vitalidad al espíritu deprimido, frustrado o decaído, por ejemplo:
“en un partido de tenis el contrario va venciendo y está a punto de ganar,
lógicamente el perdedor se decae emocionalmente y pierde el interés en el
partido, pero en el descanso el que va perdiendo va al baño y sube las
escaleras corriendo lo que le excita y produce elementos de vitalidad lo suficientemente
intensos como para propulsar un saque extraordinario. El saque le proporciona
el punto y se anima a continuar, ese elemento de vitalidad producido por el
ejercicio de subir las escaleras corriendo, generó la energía suficiente para
animarlo”. Eso es igual que el decaído,
que después de nadar veinte minutos en
la piscina, se cree capaz de batir un record olímpico. Esa energía es un
elemento de vitalidad.
Los elementos espirituales y de vitalidad posibilitan la
superación del cansancio y de la depresión, del aburrimiento y de la
inapetencia. El individuo que reconoce esta dinámica no padece depresiones ni
inapetencias porque sabe cómo provocar la satisfacción de sus carencias.
Cuando hablamos de espíritu, debemos poner mucha atención,
porque se suelen contar muchas falacias al respecto. Espíritu es la suma de
condiciones que generan la pretensión de un propósito y que disfrutan del
beneficio de su consecución. El espíritu genera pretensiones y goza de lo
propuesto, por lo tanto, el espíritu, es anterior y posterior a lo propuesto.
El espíritu es un deber y un derecho que se encuentran en la recognición de un
valor. El espíritu es valor, es la suma de valores contenidos en la memoria de
una consciencia.
La suma de experiencias, conocimientos y sentimientos
contenidos en una memoria humana, producen un determinado tipo de carácter, a
ese carácter se le reconoce como entidad espiritual. La entidad espiritual es
valor en sí misma y porque contiene deber y derecho, no puede detenerse en su
pretensión de plenitud, justicia y semejanza, por lo tanto, capta, se interesa
y espera al semejante que le proporcione valor.
El espíritu no vive, ni muere, existe en el mundo de las
pretensiones y del beneficio de lo establecido, por eso, quien no ha pretendido
o realizado beneficio alguno, no puede disfrutar de las conquistas que no ha
realizado.
En tiempos de Jesús, este dijo a sus discípulos: “…dejad que
los muertos entierren a sus muertos” significando que aquellos que no
funcionaban de forma natural, eran difuntos y enterrarían a los que perdieron
sus vidas. Espiritualmente se puede carecer del beneficio de la experiencia
cuando se han cometido muchos errores, pero, la naturaleza espiritual de
pretender, no se puede restar al espíritu, por lo mismo, el espíritu siempre
está a la espera de la conquista del valor.
Lo espiritual participa e interviene en los procesos de
consecución de lo necesario o pretendido, pero, lo propuesto físicamente, al
ser pretendido con anterioridad, no participa de lo necesario hasta no ser
realizado, y el beneficio de la realización, al satisfacer a la necesidad,
adquiere la cualidad de ser espiritual en el valor de lo logrado o realizado,
por eso decimos que existen dos dimensiones en la naturaleza: la dimensión de
los procesos y la dimensión de los recuerdos. Se recuerda la experiencia
realizada, el conocimiento deducido y la sensación recordada. Recuerdo es la
noción de una experiencia almacenada en la memoria. La memoria de la naturaleza
humana no existe en la morfología humana, existe en la psicología humana. Los
recuerdos pertenecen al almacén de la conciencia. La conciencia determinó la
validad de lo archivado en la memoria, sin consciencia no existe posibilidad
alguna de recuerdo. Se recuerda lo reconocido, lo no reconocido se imagina,
pero lo imaginado es ideado por la pretensión de la conciencia. Consciencia es
valor y el deber contenido en el valor espera lo pretendido y en esa pretensión
lo imagina, lo transforma en imagen reconocible en la que confiar su pretensión
para disfrutar del derecho al beneficio de lo logrado. Esta dinámica de
pretender y disfrutar no se realiza en ningún lugar ni en ningún momento
determinado, se establece en instantes de correlatividad, recognición y
parecido. La correlatividad afectiva no se limita en el tiempo ni en el espacio
a pesar de que en su establecimiento se precise de los mismos. No existe un
lugar para el amor, la verdad o la bondad, ni una hora en la que eso ocurra. El
tiempo y el espacio no determinan el establecimiento del amor, de la verdad o
de la bondad, todo lo contrario, el establecimiento de los valores es lo que
determina la participación del tiempo y del espacio. El espacio no reconocido
no existe, así como tampoco el tiempo ignorado.
Tiempo y espacio delimitan el actuar, porque el actuar se
establece en ellos y los procesos de consecución necesitan del tiempo y del
espacio, pero tiempo y espacio se terminan en la realización del proyecto. El
beneficio de lo conseguido no participa del tiempo ni del espacio. A ese
beneficio se le reconoce en otra dimensión ajena a los procesos, a esa
dimensión le llamamos espíritu. Antes de la primera creación, existía el verbo,
el verbo incluye en el las posibilidades de presente pasado y futuro. Amar
incluye en él el amo, amé o amaré, pero en sí el verbo no es pasado ni presente
ni futuro, siendo los tres en él. Tres posibilidades distintas en un solo ser,
el verbo. El verbo es infinitivo (de infinito en sus posibilidades) puede ser
gerundio: “amando”; participio “amado”; futuro “amaré”. Las posibilidades del
verbo existen en el verbo, pero no se manifiestas en él, se manifiestan en el
tiempo. El verbo, por lo tanto no participa del tiempo, pero los tiempos son
los que establecen la variabilidad del verbo. En tiempo presente el verbo amar
es otra cosa: “amo”. En tiempo futuro es “amaré” pero, amo y amaré se
justifican en el verbo amar.
Lo mismo ocurre en la conciencia del valor, que sin ser
tiempo ni espacio se justifica en la consciencia del valor. Si el verbo no
participa del tiempo, ni del espacio, amar, no muera ni vive, porque no nace.
Pero en el tiempo, ya sea presente, pasado o futuro, nace, vive y se termina.
Con la conciencia ocurre lo mismo. El hacerse consciente del pasado, presente o
futuro, participa del tiempo y del espacio, y se recuerda, se expresa y se
olvida, pero la conciencia sin “s” no participa ni del tiempo ni del espacio.
Es un regulador que determina el beneficio de lo realizado, el juicio justo de
lo evaluado y la sensación de carencia o satisfacción, pero ni nace ni muere, porque
no participa de los fundamentos de la vida, proceso y estructura. Eso es
espíritu.
Nuestro espíritu contiene facultades estimulantes,
comparativas y conectivas. Esas facultades se orientan en la conectividad con
lo correlativo vincular, con lo concordante intelectual, con lo similar
beneficioso. Y se desconectan de lo despreciable, de lo incoherente y de lo no
correlativo.
¿Por qué razón se debe madurar emocionalmente captando las
máximas necesidades válidas para todo, intelectualmente, reconociendo las
razones justas, o que justifican una realidad y cumpliendo responsablemente con
el deber? Porque de ese modo nos hacemos
todos espiritualmente conectivos en la similitud de los valores. De no ser
poseedores de esos valores, la conectividad espiritual será imposible. Y ¿qué
ocurre cuando un espíritu es desconectivo, desconfiable o despreciable? Se
aísla y en su aislamiento, se reduce, se limita e involuciona. Mientras que
otros crecen y se confían en el afecto, el aislado se desconecta en el defecto
y se margina. Ese es el estado infernal del egoísta, del que no dispone de
elementos conectivos.
El espíritu humano desconectado de su naturaleza se hace
inhumano en su comportamiento y la humanidad lo deshecha, lo expulsa de su
norma al no normalizarse en ella.
Son muchos los pensadores que han tratado de advertir a los
individuos del peligro de su deshumanización, pero la ceguera del cortoplacismo
les ha impedido responder al cumplimiento de su maduración. Estos individuos
cuya preferencia se ha centrado en el egoísmo de preferir por ellos mismos sus
propias preferencias, al perder la posibilidad de rehabilitarse aquí en vida,
carecen de las habilidades y del conocimiento para recuperar su condición
humana y deben esperar tiempos enormes hasta que algún iluminado les inspire y
les motive a aprender, lo que en su momento no comprendieron.
La realidad espiritual es conectiva, no procesal (de
proceso) en lo espiritual no existe tiempo como lo entendemos en el mundo del
efecto. El tiempo físico se compone de momentos, el tiempo espiritual no
contiene momentos, se establece, son instancias reciprocas, correlativas,
concordantes o coincidentes. Esas instancias se producen en la concordia,
coincidencia o correlatividad emocional, por eso es importante cumplir la responsabilidad
de madurar en lo absoluto, porque solo lo absoluto proporciona la posibilidad
conectiva recíproca. Por ejemplo, Jesús pudo decirse uno con el Padre al
adquirir la categoría de ser Padre espiritual del ladrón que depositó su
confianza en él. El buen ladrón estaría con El en el Paraíso. La palabra
“paraíso” en occidente se le asume la connotación de un lugar ideal; en oriente
se decía al jardín natural o estado de la naturaleza ideal. Lo que Jesús debió
intencionar con esa frase, es que el buen ladrón, al confiar en él que estaba
cumpliendo su desarrollo natural se encontraría, sobre la base de su confianza
en la naturaleza humana compartida con Jesús. También ocurre que los parientes
de difuntos creen ver o escuchar a sus parientes difuntos, lo que ocurre es que
aquellos elementos compartidos forman una correlatividad entre ambos y se
siente el espíritu en esa correlatividad.
La comunicación espiritual se basa en esas percepciones de
aspectos similares.
Curiosamente, cuando se siente miedo en la oscuridad o en la
soledad se percibe el temor a “alguien” y si algo nos sorprende ese algo se le
asocia a “alguien” al que tememos y lo que ocurre es que formamos una base
correlativa con el espíritu que teme y en esa base surge la imaginación del
espíritu. Por eso los entrenadores deportivos hacen tanto hincapié en
establecer bases correlativas con la mentalidad ganadora, porque,
inconscientemente se sabe que esa disposición mental ganadora establece una
correlatividad con la naturaleza espiritual ganadora, y todo ganador encuentra
en esa actitud un objeto conectivo.
Se tiende a imaginar al espíritu dentro de los límites
morfológicos humanos, en realidad el espíritu, al no poseer límites de tiempo,
ni de espacio, carece de morfología, pero el recuerdo morfológico de un
individuo, se establece en la conciencia espiritual del individuo, por eso que
en los sueños imaginamos formas
perceptuales, que asociamos con las formas morfológicas, pero lo que se percibe
es la naturaleza de la morfología, no la morfología en sí.
Decíamos que la necesidad o idea se idealiza, esto ocurre en
la naturaleza espiritual del individuo y cuando nos acordamos de la persona a
la que se quiere, también se la idealiza en base a los valores que asumimos en
ella, pero la realidad morfológica de ella, es siempre distinta a la imaginada.
En la imaginada depositamos nuestras expectativas (pretensión) pero eso
pretendido es nuestro, no suyo. Lo suyo visible es fisiológico, lo nuestro
idealizado es pretendido. En la existencia espiritual, lo imaginado es del que
imagina. No existen formas ajenas a las imaginadas, por eso es tan difícil
entender a qué se refiere el otro cuando habla de una vivienda, porque cada uno
imagina una distinta, según la pretenda.
Espíritu es un mundo de ideas. Ideas que en su justificación
se asemejan, pero en su justificación. Todos entendemos lo que significa
vivienda, a pesar de que la imagen de la casa imaginada por cada uno sea
diferente.
La comunicación espiritual es a nivel de justificativos, a
nivel de beneficios, a nivel de correlatividad. Si dos personas han compartido
las mismas tradiciones se conectan en su significación, pero no pueden
conectarse en las diferencias. Si dos personas tienen las mismas normas, se
conectan en la razón pero no en las diferencias. La historia de la humanidad ha
orientado al ser humano en el conocimiento de las diferencias y no en el
reconocimiento de las constantes, esta es una de las razones por las que cuesta
tanto el establecimiento de la comunicación espiritual.
El individuo humano es un ser en constante expectación, en
constante y continua pretensión. La verdadera realidad del ser humano es que
siempre pretende y por lo mismo, propone. Pretender es mirar al futuro,
recordando el pasado. Lo pasado es, en la condición humana, algo almacenado. No
se vive ni se espera lo pasado, se archiva en el recuerdo de la memoria, pero
la constante actitud humana es la de esperar, pretender y proponer.
El crecimiento se basa en esa disposición a lo que se espera
o se pretende proponer. Somos en gran parte lo que fuimos, pero en otra gran
cantidad, somos lo que pretendemos ser. Creemos ser lo que nos gustaría ser y
no lo que ya somos. La actitud generalizada es pretender. Nuestra verdadera
identidad está en el porvenir. La conciencia del humano no se enfoca en el
pasado, sino en el futuro esperado o pretendido. Las ideas no son de hecho,
sino de lo que se va a hacer. No se imagina lo que se hizo, se imagina lo que
se hará. Lo hecho se recuerda, no se imagina.
No en el sentido propuesto por el pesimismo de Schopenhauer,
ni por la indiferente actitud Heideggueriana, sino por la esperanza propia de
la motivación que se desprende del derecho al beneficio de la conquista.
Pretender proviene del valor que debe establecerse para el beneficio del
derecho a disfrutarlo, el gran motivador de la humanidad es la fuerza del darse
por lo que se pretende o se propone.
“No hay nada que no tenga una razón de ser”. Esta afirmación
compartida por filósofos y pensadores, despierta la esperanza en la existencia
de una razón.
La conciencia humana intuye la existencia de una razón que
justifique el cosmos. La voluntad desea desear, pero no desea únicamente por
desear, como indica el pesimista Schopenhahuer, desea cumplir lo que desea. La
voluntad determina el cumplimiento que la justifica válida, sin cumplirse el
deseo de la voluntad, esta, carece de justificación. El intelecto analiza,
discierne, compara y emite un juicio razonable o justificativo. Sin emitir
juicios, el intelecto no tendría sentido. La razón que justifica al intelecto
es el juicio del fenómeno. Juicio que se desprende de la evaluación y en esa
evaluación existe un proceso determinado por la actitud de darse en atender,
entender y responder a la razón que justifica el juicio. La emoción capta, pero
capta aquello para lo que entrega su atención, porque de no atender, no podría
percibir lo necesario.
Por eso digo que el ser humano es un ser en constante
pretensión por la conquista emocional del placer o complacencia, por la
conquista intelectual de la razón o la norma y de la conquista de la voluntad,
por el deseo de cumplir con el deber.
La libertad no corresponde a posibilidades elegibles, sino
todo lo contrario, a la elección de lo que se determina válido. Las
posibilidades no declaran libertad, lo que justifica la libertad es la
elección, y la conciencia humana solo se determina por la elección preferida.
Lo preferido es aquello que es determinado válido, por lo tanto la libertad es
la capacidad de optar por lo que se considera válido. Cuando lo válido es por
todos compartido, los beneficia y la elección de la alternativa válida para
todo, no perjudica nunca a nadie y libera del reclamo, de la acusación y del
rechazo. Eso es libertad. Libertad es la capacidad de optar por lo que es
siempre y para todos válido.
La libertad obliga a optar, por lo miso pretende. La actitud
de pretender existe contenida y justifica a la libertad.
Pensar que existen en paralelo lo apolíneo lo dionisiaco, el bien y el mal, lo válido y
lo inválido como alternativas maniqueas ante la libertad, es algo que solo
puede ser considerado una falacia. Ante la libertad existe solo una
alternativa, la considerada válida, la que motiva al deseo por la elección.
Cuando se fija la atención en el –yo- o en –mi familia- sin
incluirlos en el –Todo- por miedo a que otros me utilicen para la conquista
mundial o por miedo a formar parte del imperialismo popular conquistador, se
pierde la verdadera noción de libertad. Libertad es la capacidad de optar por
lo que es siempre y para Todo válido. La verdad os hará libres, pero ha de ser
la verdad válida para Todos, no la verdad que justifico yo, y razono justa yo
solo, y porque a mí me parece. La verdad
no parece, la verdad es justa en todo.
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